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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS
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Le escrib'i a Bety cont'andole en detalle todo lo sucedido y le promet'i que en cuanto estuviera instalado en el albergue los ir'ia a buscar. Realmente pude ir por ellos tres meses despu'es.

Nos ubicaron en el local de una desvencijada posada que hab'ian convertido en Casa de Tr'ansito en el municipio Cerro, pues todas las capacidades de la Habana Vieja estaban ocupadas. Era una habitaci'on sencilla, de apenas diez metros cuadrados, sin ba~no, ni cocina propios, con la ventana pidiendo a gritos una reparaci'on y las paredes clamando por un poco de pintura que borrara las obscenidades escritas en ellas: Aqui Mayito le parti'o el bollo a Mayda,12-5-71.Con Norma una noche echamo cinco palo.Luis y Norma.30-3-70…

Si en el solar, que comparado con aquello era un palacio, Bety se sent'ia mal, en el albergue se puso a punto de la locura. El Pr'incipe no ten'ia donde jugar, los pasillos nadie los limpiaba y las moscas y la mierda de perro hac'ian olas, cosa que una Capricornio como ella, tan asidua del orden y la limpieza no pod'ia soportar.

Hab'iamos logrado reunir unos viejos trastos a los que llam'abamos muebles: una camita tres cuarto con el bastidor ag'onico y una colchonetica llena de chichones que era un delirio, una cunita de medio palo, pero sin colch'on, por lo que el Pr'incipe dorm'ia encima de una frazada doblada; una silla coja, una mesita con las tablas atacadas por el comej'en. Dos ollas de aluminio abolladas y un cubo, junto a tres cucharas, un cuchillo y dos tenedores formaban nuestro ajuar culinario.

Cuando mi rubita se vio haciendo colas para cocinar en el 'unico fog'on colectivo existente o esperando largo rato para poderse dar una ducha en un ba~no que met'ia miedo por la suciedad y cantidad de ranas y cucarachas que all'i pululaban y m'as a'un cuando se enter'o que hab'ia familias que llevaban casi diez a~nos en aquella situaci'on me dijo

_Decide, Rey ?te quedas aqu'i solo o te vas conmigo y el ni~no para Camag"uey?

Ella dec'ia Camag"uey, pero en realidad sus padres viv'ian en Minas, a un cojonal de kil'ometros de la capital de la provincia. Aquello no era lo m'io y tozudo como siempre fui, aunque con tremendo dolor, le dije que me quedaba, que permanecer all'i era la 'unica posibilidad que ten'iamos de alg'un d'ia volver a tener nuestra casita, que yo iba a hacer todo lo posible por ayudarla. Le ped'i que no me abandonara, que se fuera un tiempo para la casa de su t'ia en Boyeros, pero estaba choqueada, no entr'o en razones. Tres d'ias dur'o el tirijala hasta que no me qued'o m'as remedio que acompa~narlos a tomar el tren. Ella se mord'ia los labios y las l'agrimas iban bordeando la comisura de su boca hasta resbalar por la barbilla y caer sobre la blusa. El Pr'incipe me llamaba a gritos. Estuve a punto de montarme con ellos y partir, pero no lo hice, continu'e parado en el and'en, con unos temblores incontrolables, hasta mucho rato despu'es que el tren se hubiera perdido tras la curva de los elevados.

Cuando llegu'e al albergue el encontronazo con aquel vac'io enorme que hall'e me result'o m'as doloroso que el hecho mismo del incendio. Con el fuego perd'i pertenencias materiales, ahora sent'ia que con aquella partida perd'ia un pedazo bien grande de mis amores. La nostalgia me dur'o semanas, vine a salir de ella cuando me vi flaco por el mal comer, sin un centavo en el bolsillo y sin tener para quien virarme a pedir ayuda. Si hubiera otro Mariel, pensaba, o algo parecido que me proporcionara un poco de dinero y que con este vinieran la tranquilidad y el bienestar, pero ni hubo m'as Marieles, ni m'as tranquilidad.

Entre los albergados m'as viejos se hab'ia establecido un pacto sin palabras, sin actas, ni Por Cuantos de ayudarse mutuamente en su com'un desgracia y de esta forma, ni en los d'ias m'as dif'iciles me acost'e sin comerme aunque fuera un plato de sopa y as'i, con el roce diario nos fuimos tomando confianza mutuamente y fueron llegando las primeras propuestas de vender esto o aquello en bolsa negra, de darle camino lo mismo a un pomo de ron, que a una caja de tabacos o unos pitusas.

Yo siempre hab'ia pensado que lo m'as dif'icil que hay en la vida era hacer g'argaras bocabajo, pero cuando me vi precisado a pulirla a diario en negocitos de tres por quilo, corriendo riesgos y siempre alebrestado y as'i d'ia tras d'ia y semana tras semana, sin ver pr'acticamente las ganancias, me di cuenta que estaba equivocado y que hasta el momento de ocurrir mi desgracia hab'ia llevado una vida despreocupada y con bastante buena suerte.

Aunque supon'ia que en el albergue algunos fumaban yerba, no lo puedo asegurar porque nunca nadie me la propuso, pero con certeza s'i sab'ia que se empastillaban y hasta yo me met'i mis buenos pildorazos en d'ias de aprieto para salir por un tiempo, aunque fuera mentalmente y enajenado de aquel tugurio. Al otro d'ia amanec'ia siempre con la boca reseca y amarga, los nervios de punta y una sensaci'on de estarme convirtiendo en una plasta de mierda. Una de esas noches de enajenaci'on, y bien volao me imagino, porque no recuerdo ni c'omo sucedi'o, le met'i mano a Martica, una mulata cuarentona que todav'ia dec'ia veinte cosas. No s'e ni c'omo ser'ia la jugada aquella noche, porque en realidad vine a saber que la pasamos juntos cuando en la ma~nana la encontr'e completamente en pelotas, acurrucada junto a m'i en la cama, en su cama.

Con ella vino un poco de solvencia econ'omica, pues ten'ia un pariente minusv'alido que pagaba la patente para vender baratijas por cuenta propia y era ella quien fung'ia de vendedora, trabajo por el que recib'ia treinta pesos diarios. Alentado por aquella posibilidad corr'i en busca de mi viejo empleador, el de la fabriquita de pl'asticos, quien por suerte a'un segu'ia en el negocio y le propuse que me diera en buen precio cierta cantidad de mercanc'ia para venderla en la mesa de Martica. S'e que accedi'o a ayudarme porque me cogi'o l'astima cuando le cont'e el rosario de mis calamidades, pero el caso fue que me dio una mano en un momento dif'icil.

El albergue fue para m'i una gran escuela, all'i supe de verdad lo que era la solidaridad y tambi'en la traici'on, la alegr'ia y la tristeza compartidas, la humildad y la ambici'on. Todos los contrastes, todas las virtudes y defectos humanos habitaban all'i con nosotros. Conoc'i de celos, de amores rabiosos, de intrigas, de negocios sucios, de deslealtades, de ma~nas y mara~nas. Ante m'i desfilaron, y casi siempre dejando huellas y recuerdos, hechos que jam'as hubiese siquiera so~nado que pod'ian existir.

A Arnoldo, el hijo de Martica y a quien apenas si le llevaba dos a~nos de edad, no le ca'ia nada bien. El no disimulaba su malestar cuando nos ve'ia juntos y hac'ia hasta lo indecible por llevar la discusi'on a punto de bronca. La madre, que lo mismo que se gastaba en m'i un cari~no inmenso, se mandaba tambi'en un genio espectacular, lograba calmarlo y terminaba pronto lo que estuviera haciendo para irnos un rato de all'i y as'i evitar algo m'as serio. El argumento que m'as bland'ia el muchacho era que yo le estaba chuleando a su madre y que eso ning'un hombre que se considerara hombre a todas lo soportaba.

Cuando me enter'e que el tipo me estaba preparando una cama para arranc'armela decid'i enfrentarlo, porque en aquel ambiente si te arratonas despu'es no levantas presi'on m'as nunca. Lo esper'e hasta tarde en la entrada del albergue. Era pasada la media noche cuando dobl'o la esquina, me pegu'e cuanto pude a la pared y cuando lo tuve junto a m'i, me le abalanc'e y tom'e por las solapas. Le dije con rabia, masticando las palabras.

_Oye bien lo que te voy a decir !cojones! Si hasta ahora te aguant'e tus caritas y bravuconer'ias fue por Marta, ?me o'iste? Pero ya me cans'e, compadre_ lo sacud'i fuerte_. Ve y busca un palo, un cuchillo, un machete, lo que te d'e la gana y hasta puedes traer a un par de socios tuyos si quieres_ lo empuj'e con fuerza contra la pared_. Los voy a esperar, solito, en la l'inea del tren !Dale, arranca!_, y lo volv'i a empujar.

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