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90 millas hasta el parai?so
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Habiendo alcanzado la tribuna con el escudo de Cuba, uno de los j'ovenes patriotas arranc'o del m'astil decorativo la bandera estrellada a rayas, la arrug'o y la tir'o a la multitud. Luego vocifer'o algo al micr'ofono, que no ten'ia nada que ver con el momento de la acci'on, ser'ia algo sobre la flora y fauna. Solo comprendido por 'el, su lenguaje de met'aforas profundas resulto ser inaccesible al auditorio, por su contenido como tal, y tampoco porque alguien ya hab'ia desconectado los micr'ofonos. La decepci'on no dobleg'o al joven, aspir'o un metro c'ubico del aire y vocifer'o a grito pelado:

– !Gringo! !Go home!

Esta r'eplica la comprendieron todos, peri'odicamente, o, aunque sea una vez en la vida, la pronunci'o cada uno, pero en total el “speech” no fue exitoso. Al fallido Cicer'on lo hicieron bajar de la tribuna tres pares de manos velludas. El vest'ibulo lo inundaron los polic'ias y los militares con fisonom'ias sombr'ias y gente vestida de paisano con jetas de shar-pei. Los civiles daban 'ordenes a los que llevaban uniformes. A los alborotadores pronto los hicieron retroceder hacia la salida. Ah'i les dieron una buena paliza aplicando las porras. A alguno de ellos le ataron las manos y los cargaron en los coches de la polic'ia y en un cami'on militar.

Fidel de nuevo evit'o el arresto. Es que los que intentaban doblegarle se hallaban tendidos en el parqu'e lacado, contray'endose del dolor, como si fueran Bandar-logs, enganchados con la pata del temible oso Baloo.

?Y Mirta qu'e?… Ni un solo paso se separ'o del h'eroe alocado. Apenas se hubo aclarado que la acci'on espont'anea de los estudiantes fracas'o estruendosamente, y el orden en el hotel poco a poco iba restableci'endose, ella, sin incomodarse, lo tom'o del brazo y lo condujo a la salida.

Una dama de ciertos kilos encima, en un vestido de gala, de repente, refunfu~n'o a espaldas y luego lanz'o un chillido, mostrando con un abanico plegado en direcci'on del fortach'on:

– !Este es su dirigente! !Este es su gu'ia! !Ese joven robusto con bigotes asquerosos!

Es bueno que las exclamaciones de la se~nora desaparecieran en ese griter'io. La misma Mirta, como un gato salvaje, refunfu~n'o de manera amenazante a la delatora. Aquella, sin encontrar respaldo, despleg'o el abanico y se puso a agitarlo, siguiendo resoplando de calor o de rabia.

El edec'an de Batista arrib'o con un refuerzo, finalizando ya el espect'aculo. No pudo interceptar a su ofensor, al lanzador de tomates despeluzado. Tuvo suerte el hooligan. Si lo hubieran agarrado, lo primero que habr'ian hecho con 'el, lo obligar'ian a lavar a mano el uniforme estropeado.

– !A rodear el hotel! !Disp'ersense por el per'imetro! – iba dando sus 'ordenes tard'ias a los soldados, mirando de un lado a otro en busca de su patr'on…

En lo que se refiere a Fulgencio, esa insolente acometida de los desbocados radicales favoreci'o a su pol'itica. Meyer Lansky y Sam Giancana una vez m'as pudieron convencerse de la incapacidad del presidente Grau de evitar tales intervenciones por parte de los extremistas. Es que justamente la travesura proveniente de la juventud desarmada y de cara amarilla dir'iamos que son unas “florecitas” en comparaci'on con las “bayas”, que representan una amenaza real de la oposici'on de izquierda.

– 'El nunca pudo vaticinar un fen'omeno y adelantarse a 'el – el ex escribano-parven'u del estado mayor a sus due~nos norteamericanos.

– ?Podr'as hacerlo? – Lansky le mir'o como fiera carn'ivora.

– He sido creado para esto – le asegur'o Fulgencio – har'e pudrirse a esos holgazanes en las prisiones y voy a castigar a los incitadores de los des'ordenes. Los fusilar'e sin juicio alguno. Crear'e una estructura especial destinada a cazarlos. Abrir'e la temporada de caza de los rojos.

– En este caso no te diferenciar'as en nada del dictador Machado y te derrocar'an tambi'en – expres'o su opini'on Sam Giancana.

– No te olvides que Machado en el a~no 1933 huy'o a las Bahamas justamente gracias a nuestro amigo Fulgencio – le hizo recordar Lansky, satisfaciendo as'i a Batista y a~nadi'o – Est'a bien, te haremos presidente y te regalaremos este lujoso hotel “Nacional”. Pero recuerda que hemos gastado y a'un gastaremos aqu'i cantidad de dinero. Hay que decir que de manera argumentada exigiremos la protecci'on de nuestras inversiones en tales proyectos.

– El ej'ercito de Cuba est'a a vuestra disposici'on – como si hubiera dado parte Fulgencio conmovido.

– Y a tu disposici'on tienes a la “Cosa Nostra” – se sonri'o Sam. Esa r'eplica ven'ia oliendo a intimidaci'on. Pero Batista no tem'ia enfrentarse a la responsabilidad. 'El sabr'a c'omo ganarse los favores y ante la mafia, y ante la CIA, cuando reciba el poder ilimitado sobre su propio pueblo. Estaba dispuesto a santificar su juramento de lealtad a los que donan el poder con sangre. No con la suya, sino del altar de sacrificios humanos. Sus antepasados, indios de la tribu siboney, hall'andose en un estado de 'extasis religioso, no registraban cu'antos ser'ian los sacrificados que deber'ian satisfacer a sus 'idolos.

– !Capo, aqu'i hay alguien! – uno de los guardaespaldas inform'o eso al jefe. Giancana se apart'o bruscamente de los arbustos, donde vio en ese lugar una visible agitaci'on. Otros dos guardias ya hab'ian sacado sus rev'olveres para rechazar el ataque y proteger a Lansky y Giancana. Fulgencio tambi'en sac'o de la ca~nonera su pistola, con una empu~nadura incrustada y un grabado con la imagen de una, 'unica en su especie, mariposa cubana en el ca~n'on y tom'o la pose de guardaespaldas.

– !Jefe, aqu'i en los arbustos hay una dulce pareja! – se sonri'o un g'anster desdentado. Mirta, en un abrir y cerrar de ojos se orient'o debidamente en la situaci'on y cubr'ia de besos a Fidel. Sea como sea, no dir'iamos que 'el intentaba oponerse. Al contrario, a los oradores le gusta besarse con las chicas guapas.

– ?Mirta D'iaz? – Batista hizo grandes ojos de la sorpresa – La conozco. Es la sobrina de mi futuro Ministro del Interior. ?Con qui'en est'as?

– Es mi amigo, Fidel. Es el hijo de un latifundista de Bir'an – con un tono suplicante susurraba la chica – no se lo cuente, por favor, a mi t'io y a mi padre.

"Por favor" en sus labios son'o con aire suplicante y servicial. A Fulgencio eso le pareci'o la 'unica y verdadera entonaci'on en este caso concreto. Naturalmente, no se pondr'a a desenmascarar a la jovencita ante el severo padrazo, otra vez exhibir'a la condescendencia, la cual no le costar'a nada.

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