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90 millas hasta el parai?so
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No hay mal que por bien no venga. Tras estos contactos absurdos don 'Angel se puso, por fin, a prestar o'ido al raciocinio y a la exhortaci'on de su c'onyuge semianalfabeta, oriunda de la provincia de Pinar del R'io, Lina Ruz Gonz'alez. La querida esposa consigui'o alcanzar el fin deseado, deshabitu'o a los hu'espedes chinchorros y pedig"ue~nos y le quit'o las ganas a su esposo de meterse en proyectos dudosos.

El miedo ante los engre'idos alfabetizados don 'Angel lo llevaba por dentro. Por eso do~na Lina no ten'ia que persuadirle para que asignara dinero a la educaci'on de los chicos. La ambici'on por el saber se hizo culto en la familia de Castro. Los ni~nos agradecidos pagaban a los padres cuidadosos con su aplicaci'on en los estudios.

El graduado del colegio cat'olico “Bel'en”, el hijo de don 'Angel Castro y do~na Lina Ruz, Fidel, junto con el diploma de graduaci'on de la instituci'on docente jesuita recibi'o del rector monse~nor Savatini un diploma de despedida, en el cual se dec'ia: “Fidel Castro Ruz pudo ganarse en el colegio una plena admiraci'on y el amor. Quiere dedicarse a las ciencias jur'idicas, y no dudamos que en el libro de su vida inscribir'a numerosas p'aginas maravillosas…” 13

13

La cita del libro de Moreno Rodr'iguez “Fidel Castro. La biograf'ia”. Fue editado en 1959 en La Habana.

En 1945 Fidel se hizo estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Teniendo en cuenta el 'unico defecto de su padre, al cual pod'ian embrollar los granujas de vasta cultura, y, habiendo heredado de su madre la insaciable pasi'on por los conocimientos, Fidel muy temprano se aficion'o a la lectura. Hasta emprendiendo viajes lejanos, por ejemplo, hall'andose en la tempestuosa Colombia, insubordinada al r'egimen pro americano, en la mochila de uno de los l'ideres estudiantiles de La Habana, cuyo apellido era Castro, apenas cab'ian cuidadosamente encordeladas peque~nas pilas de libros de literatura e historia. Los amigos se re'ian del ascetismo y los cachivaches del joven, ya que en realidad cre'ia que podr'ia sustentarse por veinte centavos al d'ia, sin que nada le faltara…

Risa con risa, pero en una celda solitaria, en un calabozo de la isla de Pinos – r'eplica funesta de la prisi'on estadounidense de Sin-Sin – precisamente el amor abnegado a sus acompa~nantes-libros, que embellec'ian la reclusi'on forzada y ayudaban a olvidar el completo aislamiento, en cierta ocasi'on ese amor le salv'o la vida. El celador, que hab'ia recibido la orden de envenenar al caudillo de los rebeldes, se compenetr'o de gran respeto al preso audaz despu'es de un caso incre'ible…

Aquel d'ia en la isla se desat'o un hurac'an terrible. El cielo expel'ia truenos y r'afagas, sollozando con una incesante lluvia tropical. Pues, en ese momento del cataclismo, cuando el agua brot'o de todas las redendijas y fisuras en las c'amaras, el recluso Castro lo primero que hizo fue lanzarse a salvar sus libros. Fidel, habiendo sido advertido por el fallido asesino, rechaz'o el bodrio de Batista, y declar'o el inicio de una huelga de hambre contra las condiciones inhumanas del mantenimiento de los detenidos.

Luego le permitir'an verse con Mirta, y ella, como siempre, se pondr'a a convencerle de que reniegue de esa “lucha desprovista de sentido” y reconozca la legitimidad de la junta a cambio de la amnist'ia. Fidel hizo para s'i una observaci'on muy notable a partir del lejano momento del encuentro entre ellos en el hotel “Nacional”, la apoliticidad de la chica no sufri'o ningunos cambios visibles. Aquella fue la primera cita de los dos. La que se hab'ia dividido en dos encuentros en un solo d'ia. Era un d'ia de agosto de 1947. Fue muy fogoso, hasta demasiado fogoso…

– Eres t'u de nuevo, y vuelves a destacarte de la multitud, no solo por la estatura, sino por un muy marcado desprecio hacia el orador – Fidel se alegr'o al o'ir una vez m'as la vocecita de la rubia “caqu'ectica” huesuda.

– Orador – eso no se refiere a 'el. Es simplemente un can, que brinca en las patitas traseras esperando recibir un huesito grasoso – salud'o fr'iamente a la nueva conocida.

– ?T'u viniste a contemplar una funci'on de circo? ?Es que t'u en realidad eres indiferente a tales juergas, qu'e est'as haciendo entonces aqu'i?

– ?Puede ser que vine esperanzada de verte? – hizo pasar la conversaci'on a otro plano el “macho” – estudiante de derecho de segundo a~no, que llevaba bigotes ralos – lo que desconcert'o a la estudiante de la Facultad de Filosof'ia y Letras.

– !Para qu'e necesitas a una tonta de nacimiento, es que nac'i rubia! – con desaf'io lo dijo la chica.

– No s'e por d'onde empezar. Se acumularon dos causas enteras para que yo acuda aqu'i invitado no invitado.

– ?En qu'e sentido no invitado – no comprendi'o Mirta – acaso tu familia no recibi'o la invitaci'on?

– No.

– ?C'omo entraste sin ella?

– La rob'e.

La respuesta hizo sonre'ir a la guapa. 'El no tergiversaba la verdad. La invitaci'on ingres'o en la Universidad de La Habana en un solo ejemplar y lleg'o a nombre de un l'ider formal de una organizaci'on juvenil que no gozaba de autoridad. Los estudiantes radicales no reflexionaron mucho rato, qui'en deb'ia ir a la velada. Se hab'ia decidido aprovechar la tribuna para hacer una declaraci'on pol'itica. No encontraron tiempo para organizar una acci'on, pero el ardor revolucionario acaloraba la sangre joven.

Mientras tanto, Mirta ard'ia por enterarse de cu'ales eran las dos causas que motivaron a este gal'an a visitar el hotel “Nacional”, donde se hab'ia reunido una tan desagradable compa~n'ia para 'el:

– Ahora rel'atame acerca de los dos motivos que te empujaron a venir a esta cloaca de aduladores y payasos. ?Espero que la causa primordial sea yo? ?Probablemente quer'ias verme para disculparte por la groser'ia tuya?

No tuvo tiempo Mirta en recibir, aunque sea una m'inima respuesta, y en ese instante entr'o con violencia en el hotel, aullando y ululando, una bandada de representantes de la vanguardia revolucionaria del estudiantado de La Habana. Unas cuarenta personas, principalmente j'ovenes no mayores de veinte a~nos, se precipitaron al vest'ibulo, arrollando en su camino a los guardias, porteros y maestresalas, gritando consignas antigubernamentales, tirando contra los burgueses y plantadores tomates podridos.

– !Esta es… la causa principal! – grit'o con furia Fidel, y, dispersando al p'ublico con los codos, se dirigi'o a la escena.

Le atajaron el camino mocetones robustos de la seguridad personal de Grau. Al lado de la tribuna se entabl'o una pelea. Los compa~neros de Fidel llegaron a tiempo para prestarle ayuda.

La m'imica no adecuada de los m'usicos de la banda de jazz y la confusi'on del animador contrastaban con el empuje seguro de los golfos. Se ofreci'o a aplastar el ataque de los rufianes desaforados el edec'an de Batista, enfurecido del impacto directo del tomate a su nuevo uniforme de gala. Dispar'o hacia arriba con una pistola tipo “Beretta”, pero acert'o desafortunadamente en una enorme ara~na de cristal. Una lluvia de trocitos empez'o a caer sobre el p'ublico, que hace poco tiempo se ve'ia muy pausado, lo que conllev'o a un desenfrenado atropello lleno de p'anico entre ellos. Varias damas cayeron desmayadas y sus esposos intentaban torpemente portarlas lo m'as lejos posible de la bacanal. El poco exitoso tirador, habiendo advertido que, a su patr'on, al presidente, y a la delegaci'on de los huespedes los apartaron muy lejos del pecado, concibi'o que no hab'ia ante quien hacerse el h'eroe, y se dirigi'o a pedir refuerzos.

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