90 millas hasta el parai?so
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Hab'ia un “pero” … Al otro lado de la bah'ia de Florida, el de sobra conocido Vito Genovese, hac'ia su propio solitario. 'El hab'ia traicionado a Mussolini y volvi'o de Italia como h'eroe del desembarco. Vito se sent'ia defraudado, y es que 'el tambi'en ech'o el ojo a Cuba con su potencial gigantesco de un contingente de trescientas mil rameras… Pero el principal motivo de Vito era la muy remota enemistad hacia Albert Anastasia y el deseo de ocupar la s'olida posici'on en la jerarqu'ia mafiosa, que 'el hab'ia cedido debido a la forzada “comisi'on de servicio”. A su ex patr'on Lucky Vito no lo tomaba en serio. En primer lugar, porque a Luciano lo deportaron a Italia, y segundo, aquel bailaba al son que le tocaba el jud'io Lansky, el cual convenci'o al “capo de todos los capos”, que Vito apunta al puesto del rey… !Pues que sea as'i! Con qu'e satisfacci'on Vito le agujerar'ia la frente a este p'icaro zorro Lansky. Pero este se ocultaba tras la espalda del mat'on
En lo que se refiere a Lansky, Vito decidi'o no apresurarse. Pero, en cuanto a Anastasia, ya no se pod'ia demorar m'as. De otra manera, el jefe del clan de asesinos profesionales personalmente se las arreglar'ia con 'el. Vito con anticipaci'on entabl'o contacto con uno de los “capos” de la familia de Anastasia, Carlo Gambino, prometi'endole respaldo en el caso de que liquidara a su jefe. Pronto Alberto Anastasia desapareci'o. Encontr'o su muerte en una peluquer'ia. Carlo Gambino encabez'o su propia familia y Genovese pod'ia tranquilamente dirigir la mirada a Cuba y as'i impedir que Meyer Lansky gobernara indivisiblemente la isla. El rey del “gambling” estaba en guardia. Luego regal'o a Batista el hotel “Nacional”, en La Habana, y prometi'o pagar tres millones de d'olares al a~no reserv'andose el derecho exclusivo de repartir los terrenos para edificar hoteles y casinos en el litoral cubano.
Pero hasta ese momento hab'ia a'un tiempo de sobra. Casi cinco a~nos. Mientras tanto, Lansky y los socios tuvieron que luchar contra Genovese. Menospreciaron su audacia. En 1948, Vito logr'o entablar amistad con el nuevo presidente de Cuba, Pr'io Socarr'as. Sin embargo, las ambiciones de Vito de ninguna manera dominaban sobre su previsi'on. La victoria provisional sobre Lansky y otras familias neoyorquinas estaba dispuesta a cambiarla por un armisticio a largo plazo, con la condici'on de que se le concedieran iguales oportunidades para blanquear los beneficios en la isla de los prost'ibulos y casinos. El acuerdo para organizar la revuelta, encabezada por el “sargento de bolsillo” de Lansky, Fulgencio Batista, Genovese lo aprob'o solamente en 1952 tras el exitoso atentado contra Albert Anastasia y las palabras de Joe Bonano, que asegur'o que ni Lansky ni nadie m'as se pondr'ia a obstaculizar el business hotelero y el negocio de apuestas de Vito en La Habana, as'i como tambi'en atentar contra la vida de su “amigo” cubano Pr'io Socarr'as. Adem'as, sabiendo las prioridades de la organizaci'on de Genovese, se declar'o que la familia de Bonano no admitir'ia la venta de drogas: “Uno puede relajarse sin esta mierda cuando hay tantas “terneras” y ron.”
El “leg'itimo” presidente derrocado, aunque adquiri'o una imagen estable de ladr'on, pod'ia servir en el caso de que el dictador empezara a rebasar todos los l'imites. De tal modo, Vito convenci'o a los jefes de las otras familias que ellos necesitaban a Pr'io vivo. En eso quedaron de acuerdo. En la 'epoca de Batista, Vito edific'o un hotel con un casino en La Habana. Transcurr'ian los a~nos, y el dictador no lo irritaba, podemos decir, que luego, pasados los a~nos, pod'ia ser ofrecido Socarr'as al feroz Fulgencio y a los colegas de la mafia. Echa un hueso al perro y se olvidar'a de la pechuga de pato.
Dej'o de existir la necesidad de Vito de contactar con Socarr'as, a'un porque los competidores no se resist'ian a sus contactos directos con Fulgencio, sin la mediaci'on de ellos. Este galgo result'o ser un buen chico. Espacio bajo el sol hab'ia para todos. Cuba era una “mina de oro”, cada a~no iba convirti'endose en un aut'entico “El Dorado”. La dictadura de Batista serv'ia a todos los que ten'ia dinero.
No era casual que apostaran por 'el. A diferencia del ladr'on-liberal Socarr'as, el “mestizo rabioso” pod'ia asegurar la entereza de las inversiones norteamericanas, aplastar cualquier heterodoxia y romper la oposici'on en el huevo. Para estos fines dispon'ia de un ej'ercito de cuarenta mil personas, armado con el dinero de la mafia.
Quien, en aquella 'epoca, en 1947, en el carnaval, cuyo motivo oficial era crear el Comit'e de Amistad Americano–cubana, pudo pensar que la vida del siguiente, a continuaci'on, destronado presidente de Cuba, el arist'ocrata Pr'io Socarr'as, ser'ia salvada, en cierto grado, gracias a la revoluci'on. En la multitud de miles de pazguatos estaba parado un altaric'on forzudo con facciones correctas de la cara y con una mirada ojimorena ardiente, al cual le estar'ia predestinado encabezar la revoluci'on. Mirando el aquelarre, organizado por los g'ansteres y oligarcas, el muchacho dijo entre dientes con odio:
– Los yanquis ahora se limpiar'an las botas con nuestra bandera. Para ellos nuestra bandera es solamente una toalla en una guarida, en la que est'an convirtiendo nuestra isla… Pasados algunos a~nos, bajo la direcci'on de este joven, los cubanos expulsar'an a todos los que hoy han estado dirigiendo este carnaval ejemplar. Batista apenas se quit'o de en medio, salvando su vida. Rockefeller perder'a sus refiner'ias de petr'oleo, plantaciones de caf'e y tabaco. Los latifundistas quedar'an sin los inmensos campos de ca~na de az'ucar. Meyer Lansky, y'endose precipitadamente, olvidar'a en la isla el malet'in con quince millones de d'olares en efectivo y se despedir'a de la esperanza de recuperar sus inversiones. En Cuba, el que menos sufri'o de toda dicha epopeya fue Vito Genovese, pero solamente debido a que, para el momento de la marcha triunfal de los rebeldes barbudos, en julio de 1958, 'el ya habr'a sido acusado en la venta de drogas y encarcelado en los EE.UU. Hasta la victoria de la revoluci'on quedaban doce a~nos…
Mientras que a bordo del buque de seis cubiertas los yanquis examinaban con arrogancia la infinita hilera de faroleros, bailarines con molinetes de diferentes colores y banderines acoplados de Cuba y Estados Unidos. As'i mostraban la hospitalidad del pueblo hacia los hu'espedes forasteros. Es verdad que los visitantes inicialmente pretend'ian desempe~nar el papel de anfitriones. Estaban dispuestos a dictar a los abor'igenes las nuevas reglas de la vida, cuya universalidad se demostraba no mediante referendos, sin acudir a una civilizaci'on altamente desarrollada, sino vali'endose del dinero. !Perlas en enorme cantidad! Eso apestaba a cad'averes, pero ninguno de ellos lo notaba. En efecto tambi'en eran difuntos. Solo eran vivos nominalmente. Y no a largo plazo…
Los negros semidesnudos cuerpo arriba rompieron a golpear las congas africanas y las percusiones. Centenares de bailarinas casi desnudas, en ex'oticos trajes de plumas, se pusieron a agitar las nalgas al son de los tambores…
Los mafiosos, uno tras otro bajaban, por la escalerilla a la alfombra de pasillo. Tronaron los ca~nones. El jefe de la secci'on de la guardia honoraria, no se sabe por qu'e, asustado, hizo el saludo militar. Batista dio un taconazo. A'un siendo todav'ia presidente, San Mart'in llev'o la mano a la visera por inercia e hizo entrega a los norteamericanos en una almohadilla la llave simb'olica de La Habana, lo que sirvi'o de se~nal para hacer soltar fuegos artificiales y cometas. Las puertas de la ciudad, que durante toda su historia se consideraba ser una fortaleza invulnerable, en esta ocasi'on las abr'ia voluntariamente a unos intrusos. La multitud alborozada sonre'ia a mand'ibula batiente. Los que pierden el orgullo se convierten en lacayos de los que prefieren la altaner'ia, al orgullo.
La 'unica persona que no se regocijaba era un muchacho alto con pelo negro ondulado, cuya cabeza se elevaba como un pico inalcanzable sobre las coronillas de un bosque humano mixto. Acababa de cumplir 20 a~nos, no se cohib'ia expres'andose, y no intentaba siquiera contener su c'olera.
– ?Acaso ustedes son ciegos? !No ocultan su desd'en hacia ese miserable payaso! – en voz alta declar'o este, lo que asust'o horriblemente a la gente parada al lado. Se echaron a un lado de 'el, como si fuera un leproso y se desvanecieron por los lados.