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90 millas hasta el parai?so
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Don Ram'on Rafael se orientaba bien en la historia, pero no cre'ia poder ser capaz de un acto de hero'ismo. Por dentro se arrepent'ia por la bajeza de esp'iritu y con todo coraz'on sent'ia que estaba cometiendo un error, pero, acostumbrado a seguir la corriente, como si fuera un zombi, entraba en un r'io turbio lleno de ilusiones ajenas, sin saber a d'onde lo llevar'ia la corriente tempestuosa.

– !Dame el extremo! !T'iramelo! – Vociferaba L'azaro a un torpe jovencito, el cual intentaba sacar la soga del bolardo – ?Por qu'e eres tan lento?… !Apaga el motor, la soga se puso tensa! No lo podr'a hacer este debilucho…

– ?Puede ser que demos marcha atr'as? – pregunt'o de manera insegura el duro de o'ido Bernardo, que se asumi'o voluntariamente el modesto papel de contramaestre, pero, poni'endose al tim'on, inmediatamente crey'o ser Magallanes.

– !Apaga el motor y ap'artate del tim'on, idiota! – orden'o L'azaro, mientras acompa~naba sus exigencias con gestos expresivos…

– ?Est'as seguro de que luego lo pondremos en marcha? – Lo dud'o el contramaestre rechazado, aunque se someti'o al cacique, par'o el motor con pocas ganas, baj'o del puente de mando y con aire sombr'io se dirigi'o al escotill'on que llevaba a la bodega. Mejor ser'ia ir a comprobar el remiendo hecho con soldadura en caliente, ejecutado de prisa en la sala de m'aquinas, que o'ir todo tipo ofensas. Realmente, en esta embarcaci'on oxidada de los d'ias de Batista, que era tan caduca, como el submarino alem'an, hundido en estas aguas a mediados de la Segunda Guerra Mundial, hab'ia m'as de un remiendo bajo la l'inea de flotaci'on. Pero L'azaro y su “contramaestre” solamente sab'ian la existencia de un agujero remendado.

– !Tira la soga para s'i, pachucho! – Vociferaba a todo grito L'azaro, – Ah'i est'a, holgaz'an. !T'irala a bordo! Por fin. !Desamarramos! – Hac'ia todo lo posible para que lo vieran en acci'on – dec'ia palabrotas, se agitaba, se acaloraba…

A duras penas al motor se le aclar'o la voz a fondo. Este comenz'o a traquetear con aire enfermizo y apenas pod'ia arrastrar a los fugitivos hacia el horizonte tras el cual se extend'ia la deseada Florida – puesto avanzado del sue~no americano.

– !Yo quiero ver a pap'a! – mirando el agua tempestuosa tras la popa, Eliancito les hizo recordar que estaba a bordo.

– !C'almalo, o si no yo lo tranquilizo! – Ense~n'o los dientes como un lobo a Elizabeth, le advirti'o groseramente L'azaro – ll'evalo al camarote.

– Ah'i tampoco hay sitio – le contest'o Eliz mostrando la cara de pocos amigos y apret'o al ni~no contra el pecho.

“Este L'azaro tiene un machete afilado, como una cuchilla. De estar mi pap'a aqu'i, sabr'ia c'omo arregl'arselas…” – pens'o Eli'an, y este pensamiento grato, junto con la manta de lana, con la cual mam'a tap'o al ni~no, empez'o poco a poco a adormecer al joven pasajero del yate maldito. El aspecto poco atrayente de esta barcaza del sue~no de manera adecuada correspond'ia a lo que le estaba predestinado por la suerte, ser el 'ultimo refugio para los doce ciudadanos de Cuba, que se iban en b'usquedas de una vida mejor.

La mayor'ia de ellos, a semejanza de L'azaro, no apreciaba su ciudadan'ia. Algunos, como don Ram'on, quedaron sometidos a la voluntad ajena y segu'ian yendo por el trayecto trazado. Otros, como Elizabeth, actuaban instintiva y espont'aneamente, obedeciendo a la primera emoci'on y prestando o'ido solo a una amargura fugaz y una ofensa insoportable a primera vista. Esto es una bien marcada caracter'istica de las mujeres latinoamericanas. Pero hab'ia entre esos desdichados, afectados por el virus de la desesperaci'on y otros que intentaban hallar el suero de la salvaci'on, no en el lugar donde lo produc'ian, un hombrecillo que vagamente se imaginaba a donde lo llevaba una fea y destartalada embarcaci'on del miedo, a la cual no se sabe por qu'e la tomaron por un deslumbrante buque n'iveo de la Esperanza…

* * *

Las incansables olas se bat'ian contra los bordes, haciendo aflojar el yate, como un r'io feroz lanza de un lado al otro la canoa de los descuidados “extr'emales” – fanes del balsismo. El mareo, novia eterna de la tormenta, cubri'o a todos con un velo inmovilizador.

La gente, no acostumbrada al balanceo, vomitaba ah'i mismo, en el camarote, sin atenerse a las reglas de urbanidad, y, ahora ya en voz alta, maldec'ia a L'azaro. En efecto, 'el convenci'o a todos que, habiendo calma en el mar y siendo el tiempo despejado, las lanchas fronterizas estar'ian yendo y viniendo por todos lados, lo que significaba que no se pod'ia evitar la desgracia. Mientras que, en un d'ia nublado, acompa~nado de una tormenta leve, no podr'ian ser abordados. En condiciones de mala visibilidad podr'ian pasar inadvertidos… Ser'ia mejor que los advirtieran.

Uno de los remiendos en el fondo, junto a la quilla, estaba despeg'andose, y por ah'i dejaba pasar el agua…

El ingenioso plan del intrigante se volvi'o contra 'el mismo. Transcurridas seis horas, despu'es de iniciarse la traves'ia a ciegas, el motor exprimi'o de s'i todos los jugos y se puso a escupir con gas'oleo de mala calidad. En definitiva, bramando dentro de sus l'imites de potencia, empez'o a rugir como una fiera herida de muerte, y en un instante se par'o, o se deterior'o o simplemente muri'o, y al final despidi'o holl'in.

L'azaro no habr'ia podido comprender la causa de la rotura, y no lo intentaba siquiera. La barcaza ven'ia inclin'andose estrepitosamente al borde izquierdo, y al mismo tiempo se hund'ia en el mar por el lado de la toldilla. Parec'ia ser, que el agujero se form'o atr'as en el lugar de aquel remiendo de acero. La presi'on del agua lo hizo saltar, como si fuera un corcho de champa~na.

Ahora nadie pensaba acerca de los h'abitos n'auticos del piloto-impostor. El p'anico no deja lugar a las reflexiones cuando todos concibieron que el buque estuviera hundi'endose, el miedo ya hab'ia expulsado los 'ultimos focos del raciocinio. Los ancianos fueron las primeras v'ictimas. No pudieron salir siquiera a la cubierta superior. El camarote qued'o inundado en unos segundos. Entre ellos quedaron sepultados los padres de L'azaro, do~na Mar'ia Elena y don Ram'on, y cinco desgraciados m'as.

Una enorme ola cubri'o la cubierta sin que dejara la m'inima posibilidad de encontrar all'i un refugio. Ahora la gente estaba cara a cara contra el mar. La barcaza, mejor dicho, los restos que quedaron de esta, se desped'ia expidiendo los 'ultimos gorgoteos y pompas efervescentes…

Hall'andose fuera del yate, Elizabeth vio a unos pobretes que se ahogaban, los cuales uno tras otro iban hundi'endose. No gritaba como los mayores, no ped'ia ayuda. All'i, a unas veinte yardas de ella, estaba el peque~no Eliancito. 'El combat'ia contra las olas, sintiendo que ya se le agotaban las 'ultimas fuerzas, y bataneaba con sus peque~nas palmas el oc'eano cruel. Ten'ia miedo. No pod'ia ver sus salpicaduras, se lo imped'ian hacer las olas pesadas, de las cuales se hac'ia m'as y m'as dif'icil escurrirse.

Su padre todav'ia no aparec'ia… ?D'onde est'a? Ahora aparecer'a el salvavidas, y luego llegar'a a nado su taita. Obligatoriamente llegar'a hasta aqu'i, habr'a que resistir un poquito. Es que su pap'a le ense~no a nadar…

Juan Miguel en este momento realmente ven'ia corriendo para socorrerle. Se aproximaba a la orilla inconsciente, la arena porosa le obligaba a desacelerar la velocidad, pero ya el agua le llegaba a la rodilla. Apartando con las manos las olas endiabladas, iba avanzando m'as y m'as. Estas le pegaban bofetadas, haci'endole borrar al mismo tiempo las l'agrimas de su desesperaci'on. 'El grit'o por su incapacidad y presintiendo algo muy horrible…

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