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90 millas hasta el parai?so
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– Esto ser'a un d'ia de entrenamiento. Los galeones, de los piratas y espa~noles, no desaparecer'an hasta la pr'oxima visita m'as profesional tuya. Cabe decir, para ese momento ya habr'as aprendido a nadar a estilo braza. Te lo prometo.

– Comprendido – lo acept'o Eli'an.

Eliancito nadaba bastante bien, y para un ni~no de seis a~nos eso ser'ia algo excelente. Solamente se agitaba mucho, y por eso se cansaba pronto. Al tragar una considerable porci'on de agua salada, empezaba a entrar en p'anico, pero era un tipo especial de p'anico – taciturno, tesonero y lo parad'ojico era que eso fuera fundamentado.

S'i, ten'ia miedo, pero no de ahogarse. Tem'ia reconocer a pap'a abiertamente su estado de insolvencia. Es que 'el ya es adulto, sabe nadar. A'un sab'ia que su pap'a estaba al lado, a unas diez yardas. El padre est'a observ'andole y controla la situaci'on y en el caso de que su hijo de veras empiece a ahogarse siempre lo sacar'a del agua o le echar'a un salvavidas. Algo parecido ocurri'o el oto~no pasado. En la 'epoca de las lluvias en la playa Cayo-Sabinal…

Aquel d'ia los amigos –buceadores los llevaron en una lancha peque~na de un embarcadero en Playa Santa Luc'ia hasta un lugarcillo maravilloso, declarado como reserva nacional. Aqu'i numerosas bandadas de flamencos compet'ian exhibiendo su finura y elegancia con los ibis blancos y lindaban con legiones de tortugas marinas, pesadas y torpes tipo Chaelonidae, que tomaban el sol. A una de estas el chiquillo hasta pudo tocarle el caparaz'on de la tortuga.

Cuando Pedro el amigo de Juan Miguel, el instructor de buceo, le mostr'o al ni~no una pesad'isima barracuda que acababan de capturar, Eli'an estaba loco de admiraci'on y quiso tocarla. Apenas hubo rozado la aleta del pez, este bruscamente movi'o la cola y se contrajo, y un poco m'as se habr'ia deslizado de las fuertes manos del t'io Pedro.

Un'animemente se decidi'o que hab'ia que fre'ir a la intratable moradora del oc'eano en una fogata y comerla por complacer el apetito que se hab'ia desatado. Fue preparado un plato exquisito en el propio litoral. Una vez terminada la comida, el padre pidi'o a Eliancito que le ayudara a recoger la basura – ya que no se permit'ia dejarla en la blanca arena cubana.

Organizaron el fest'in en la misma lancha. Habiendo tomado un tentempi'e, los viajeros se dirigieron hacia la bah'ia de Nuevitas, a una cueva rocosa, un paraje muy elogiado solamente entre los conocedores de tales maravillosos lugares costeros. Aqu'i, probablemente, escond'ian sus botines los corsarios de Henri Morgan – filibustero ingl'es que horrorizaba la Corona espa~nola.

– Aqu'i tienes veinte y cinco centavos – entregando al hijito la moneda, Juan Miguel le advirti'o en voz baja que Eli'an deb'ia entrar solo en la cueva – tales son las reglas. De otra manera el Santo Crist'obal no cumplir'ia tu deseo. Lo debes pronunciar con susurro y solo una vez, tapando la boca con la palma de la mano. De este modo… Solamente a las paredes se les permite o'ir los deseos 'intimos de los ni~nos peque~nos y hacerlos pasar a la consideraci'on del Santo Crist'obal. En las paredes se puede confiar, ellas pueden guardar los secretos.

– ?Se puede encargar solo un deseo? – Eli'an, con los ojos desorbitados, pronunci'o intimidado.

– Solamente uno, lo m'as importante – afirm'o el padre – Por eso, m'iralo bien antes de que le pidas algo.

– ?Puedo pedirle una patineta aut'entica? Es que la m'ia, hecha de una tabla y cojinetes, la vienes reparando cada d'ia.

– Ya no se puede, es que me has contado lo de tu deseo rec'ondito, y yo te advert'i que lo guardaras en estricto secreto.

– !Es que t'u eres mi pap'a! – se ofendi'o el ni~no resentido, intentando clasificar y ordenar en la mente sus innumerables deseos seg'un el grado de importancia de estos.

– Tales son las reglas. Yo no las he ideado. Son como las normas de tr'afico. Si no te gu'ias por estas, entonces obligatoriamente sufrir'as alg'un accidente. El hombre como tal debe subordinarse a ciertas normas. De otra manera, simplemente no podr'a sobrevivir. ?Lo has comprendido? As'i que apres'urate, ap'urate. Y no olvides echar la moneda en el hueco, en el centro de la cueva. Ver'as adonde tirarla – all'i en el fondo hay cantidad de monedas.

– ?Resulta que el Santo Crist'obal necesita dinero? – Pregunt'o desconfiadamente Eli'an.

– Todos necesitan dinero. Pero no lo aceptar'a de todos los deseosos. Solamente de aquellos que lo merecen. No le importa cu'anto dinero has dejado – es que uno puede dar cien pesos y otra persona no juntar'a un centavo siquiera. 'El tomar'a el dinero de los que de verdad quieren a su pa'is y obedecen a los padres.

– ?Y si yo quiero mucho a mi pa'is, puedo encargar un solo deseo o varios? ?Aunque sean tres? – Eli'an se puso a regatear el derecho de encargarse para s'i una nueva bici china a cambio de la patineta, del machete de juguete, que brilla en la oscuridad en una funda de cuero, y un enorme Mickey Mouse de peluche. O, siquiera, un Batman mec'anico, en el caso de que todos los Mickey Mouses se hayan agotado. Si no, por si acaso hasta podr'a ser aprovechado un Mickey de pl'astico peque~no como el que tiene Lorencito.

– No, solo un deseo – se oy'o una respuesta severa.

– ?Puede ser que aqu'i en las cercan'ias haya otra cueva? – tal variante retorcida ofrec'ia Eli'an a su padre.

– En las cercan'ias hab'ia solo manglares intransitables – lo comunic'o en manera implacable Juan Miguel.

Eliancito deca'ido de 'animo, pasaba pisando de una piedra a otra, se encamin'o lentamente hacia la cueva. El padre que ten'ia el ce~no fruncido y el t'io Pedro sonriente quedaron al lado de la lancha.

Estando dentro de la cueva, Eli'an se qued'o aturdido, mirando las paredes porosas de las cuales colgaban bloques de piedras. En el fondo del peque~n'isimo hueco, en medio de la cueva, en el agua cristalina brillaban las monedas de diferentes pa'ises. Eli'an se sent'o por un momento en la 'unica piedra plana pulida por el agua, cubierta por algas y musgo. Qued'o muy pensativo.

?Qu'e hay que pedirle al Santo Crist'obal? ?Por qu'e estableci'o tales reglas severas, permitiendo pedir un solo deseo, el m'as 'intimo que haya? Eliancito reflexionaba calladamente hasta que no hubo sentido que de la humedad de la cueva empez'o a acalorarse. Entonces, el chiquillo se levant'o decididamente de la piedra plana, se arrim'o a la pared y tapando la boca con la mano, susurr'o:

– Santo Crist'obal hasta el momento no puedo elegir de todos mis deseos lo m'as importante, y por eso quiero pedirte que hagas lo siguiente… Hazlo de tal manera, que yo vuelva aqu'i obligatoriamente. Para ese momento lo habr'e examinado minuciosa y debidamente lo que yo quiero m'as de todo en el mundo. Cuando vuelva a estar aqu'i, te pedir'e un solo deseo…

El ni~no sali'o de la cueva empapado de l'agrimas.

– ?Qu'e ha ocurrido? – sin entender algo, pregunt'o el padre. Dej'e escapar mi deseo – sollozaba amargamente Eli'an – le ped'i al Santo Crist'obal solamente poder volver aqu'i.

– ?Volver? – Repiti'o tras el hijo el padre – un deseo excelente – poder volver. ?Y qu'e te ha apesadumbrado as'i?

– ?C'omo es que no lo entiendes? Resulta que no recibir'e nada. Volver'e simplemente y todo. No tendr'e ni la bici, ni a Mickey Mouse, ni el machete con una funda de cuero… Chorreaban las l'agrimas de los ojos.

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