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90 millas hasta el parai?so
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– No hablo de eso. Es que antes de la revoluci'on bes'abamos el trasero a los yanquis y ahora lamemos los talones de los europeos, canadienses y rusos. ?Hay diferencia alguna? Los cubanos eran y siguen siendo pobres.

– En vano lo dices ?Y la medicina gratuita, la educaci'on, la tierra, dada a los campesinos? Si no hubiera existido el embargo de los norteamericanos, ahora vivir'iamos prosperando solamente a expensas de nuestros balnearios – coment'o Elizabeth – Realmente ellos nos impiden hacerlo.

– !Qu'e bien te ha instruido la educaci'on gratuita! – dec'ia intranquilo L'azaro y continuaba opinando, sin sacarse el cigarro de la boca – ?Para qu'e diablo lo necesito? ?Para trabajar de camarera? ?O lavar los platos de esos burgueses?

– No, para poder diferenciar a los j'ovenes inteligentes de los groseros – Eliz repar'o ofendida.

– No deber'ias ofenderte – expres'o L'azaro vali'endose de un tono de reconciliaci'on – Mejor dime: ?qu'e tal te pareci'o la ropa interior?

– Probablemente, algo de este estilo le pidi'o que le comprara el joven Che Guevara a Chichita Ferreiro, su primer amor, cuando el futuro Comandante emprendi'o un viaje por Am'erica Latina – Elizabeth en un instante se derriti'o y continu'o – ?Nunca has o'ido hablar de esta historia? ?No? Ah'i la tienes… Ella le dio quince d'olares y pidi'o que 'el le comprara un juego hermoso de ropa interior en Miami. La traves'ia no result'o ser nada f'acil, no se dej'o convencer por su compa~nero de viaje Alberto Granado en gastar esos quince d'olares. Hasta en el momento cuando se rompi'o la moto, hasta cuando pasaban hambre, hasta cuando el Che sinti'o la exacerbaci'on del asma, y Alberto exigi'o este dinero para adquirir medicamentos para el Che enfermo.

– ?Y luego qu'e? – sonri'o L'azaro

– Y luego le escribi'o que se cans'o de esperarle…

– !Eso significa, que el compa~nero Che no lleg'o siquiera hasta Miami, como yo ya he hecho en una ocasi'on, y volver'e a hacerlo una vez m'as! !El Che no le compr'o la ropa interior a su Chichita! – se re'ia L'azaro – !Yo la consegu'i para mi chica, sin abandonar los l'imites de Cuba! Pi'ensalo bien, qu'e puedo traerte cuando llegue a Miami por segunda vez. Mejor ser'ia si yo te llevara all'i. Solamente ah'i mis capacidades ser'an apreciadas. En Cuba no tengo ningunas perspectivas, no hay amplios horizontes… A prop'osito, ?d'onde meti'o el Che aquellos quince d'olares?

– Parece que se los dio a una familia necesitada de inmigrantes pol'iticos peruanos. – !Qu'e m'as se puede esperar de un fan'atico! Quisieron construir un para'iso sin dinero, crear una nueva persona, tomando las viejas materias primas. ?D'onde est'an ahora los huesos de Che Guevara? !Se pudrieron en la selva boliviana! !Su cuerpo no fue inhumado siquiera!

– !No hables as'i! !Encontraron sus restos en Vallegrande, Bolivia y con honor volvieron a ser enterrados en Santa Clara! !Los hallaron al cabo de treinta a~nos! – se indign'o Elizabeth.

– S'i, he o'ido hablar que los indios bolivianos adoran al Gran Comandante no menos que nuestros comunistas – se expres'o L'azaro. – Los habitantes de Santa Cruz y Vallegrande hasta quedaron amargados, cuando les quitaron a ellos los huesos…

– !No te atrevas! – le grit'o Eliz.

– Tu misma empezaste sobre el Che tuyo – le reproch'o L'azaro – Sabes perfectamente que a m'i me hacen rabiar los cuentitos acerca de las haza~nas heroicas de los guerrilleros. Mejor bajemos a la tierra. Sea como sea, aqu'i todo es m'as interesante. Y m'as a'un – en Miami. Es que t'u tienes ah'i parientes. !Hay que largarse en esa direcci'on!

– !Tonter'ias! – resopl'o Eliz. – En Cuba me conviene todo. Tengo un trabajo estupendo en Varadero. No estoy necesitada de nada. Mi ex marido gana bastante bien…

– !Esposo! –un ataque de ira se apoder'o de L'azaro – !Parece que nunca podr'as olvidar a tu Juan Miguel!

– D'ejate de celos. Los dos somos como hermano y hermana – lo dec'ia excus'andose la joven mujer.

– !Abre los ojos! ?'El gana? – hablaba con histeria – !'El es cero! !Estar'as metida un siglo en este pozo, sin haber visto el mundo! !T'u no cambiar'as estos c'entimos por un para'iso verdadero! !Solamente en los Estados Unidos seremos felices, vamos a tenerlo todo!

– ?Es qu'e no hay mendigos all'i? ?No hay guetos? – no lo aceptaba la testaruda – ?All'i no hay que trabajar? ?All'i todos son ricachones y no hay camareras y lavaplatos? ?Ellos mismos se autoservir'an? ?Los ni~nos de la poblaci'on de color van a los colegios prestigiosos a la par con los hijos de los millonarios?

– !Est'upida! – comenz'o a refunfu~nar L'azaro – !Seremos ricachones! Ganar'e tanto dinero, que ni en sue~nos lo ha visto tu torpe maridito. !Estando aqu'i, lo ganar'e en Cuba! ?Sabes cu'antas personas inteligentes quieren trasladarse hacia all'a? !Miles! Yo les ayudar'e. !Contrabando! ?Has o'ido hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil d'olares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganar'e millones, y t'u y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este pa'is olvidado por Dios, sino en un verdadero para'iso. ?Lo has concebido?

Elizabeth sin hablar se quit'o la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se visti'o, lo que enfureci'o finalmente a L'azaro. Apenas conteni'endose, este vocifer'o:

– ?Me quieres humillar no aceptando mis regalos?

– Simplemente no s'e qu'e voy a decirle a Juan Miguel, si 'el me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete.

– Amor m'io – haciendo de tripas coraz'on, se puso a gorgorear L'azaro – no me complace de ning'un modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, deber'ia resignarme a que 'el, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce a~nos de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho m'as quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo coraz'on. ?Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina espa~nola.

– Qu'e tiene que ver la reina… – Eliz volvi'o a derretirse. Ech'o una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentaci'on de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno pod'ia estar admir'andolo infinitamente. Qu'e obra fina y delicada…

– Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regal'o a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venci'o la tentaci'on, Eliz se rindi'o.

– Ni~na inteligente – la felicit'o L'azaro – reconozco a mi chica. As'i agarrar'as al flamenco de las dos patas – podr'as sin miedo llevar el brazalete y le sacar'as a Juan Miguel unos trescientos d'olares.

?De Juan Miguel? ?Trescientos d'olares? Esto es casi todo su ahorro… Susurr'o como hipnotizada Eliz. Ya era la hora de volver a casa. Nunca se atrever'ia a cometer tal enga~no… Si la joya no luciera de manera tan encantadora. No es una pieza de artesan'ia de conchas, ni siquiera de coral negro enmarcado en plata. Una verdadera obra maestra de joyer'ia. Ella misma es como una reina espa~nola… En aras de tal maravilla uno puede acudir a un peque~no enga~no.

Eliz se sent'o en el coche de L'azaro para irse a C'ardenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se hab'ia ideado una leyenda precisa y muy ver'idica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se dispon'ia a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo 'ultimo que ella no quer'ia perder.

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