90 millas hasta el parai?so
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El padre estaba desconcertado. No sab'ia qu'e hacer para calmar al hijito.
– Esp'erate, esp'erate – intervino en la conversaci'on el ingenioso t'io Pedro – ?Qu'e tienes en la mano?
Eliancito abri'o el pu~no. Brill'o una moneda de veinte y cinco centavos, que se la hab'ia dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios.
– Conforme a las reglas, la petici'on entra en vigor solamente despu'es de que se haya pagado el impuesto al Santo Crist'obal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que t'u no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que t'u has pedido acerca de volver aqu'i, el Santo Crist'obal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle.
– ?C'omo es eso? – sin creer a'un en su dicha, pero ya sin llorar grazn'o Eli'an.
– De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si t'u no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, s'i, ser'ia malo. Si la persona est'a muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aqu'i. Y a'un m'as, si no se ha definido qu'e es lo m'as importante para ella.
– !Hurra! – Grit'o Eli'an, alegrando de tal forma a Juan Miguel – !Pues, volver – esto no es un deseo!
– Es tu derecho legal – afirm'o Pedro.
…Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro ech'o el ancla cerca de un faro. El sol iba poni'endose, hab'ia una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El t'io Pedro tom'o un salvavidas de la caseta de tim'on y lo tir'o bastante lejos al agua. – Yo tambi'en quiero nadar – balbuce'o lastimosamente Eliancito.
Ya hab'ia ca'ido la noche.
– A los ni~nos les est'a prohibido ba~narse en alta mar – se lo prohibi'o el padre, y salt'o al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el t'io Pedro.
Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubri'o unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego ven'ia nadando atr'as, vali'endose del estilo braza. Apoy'o las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver c'omo ser'ia su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emit'ia ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado…
– !Eli'an! – llam'o el padre.
Silencio en respuesta.
– !Eliancito! – Grit'o en voz alta Juan Miguel – !No bromees as'i!
Nada se oy'o. Ni una palabra.
– !Juan Miguel! !Est'a a veinte yardas tras la popa! !R'apido! – las palabras proven'ian de atr'as. Lo dec'ia a grito pelado Pedro, el cual advirti'o al ni~no en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa direcci'on y cay'o unas diez yardas m'as lejos del chiquit'in. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, adem'as, no pronunciaba ni un sonido.
El padre se precipit'o en ayuda del hijo. Entre 'el y el peque hab'ia unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Eli'an se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y pap'a no estaba a su lado…
En ese momento, de repente, no se sabe de d'onde, emergi'o el salvavidas. 'El lleg'o solo hasta all'i. Quedaba solamente agarrarse a 'el. As'i lo hizo Eli'an. Todo… Est'a fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el ni~no el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del ni~no. Luego se aproxim'o nadando Juan Miguel y lo llev'o tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo:
– Querido m'io, hijito m'io…
El t'io Pedro con gran aplicaci'on se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando.
– Perd'oname, por favor, ti'ito – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque.
Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido:
– ?Por qu'e pas'o eso? – No me lo habr'ia perdonado… Si…
“Es extra~no – pens'o en ese momento el golfillo – Pap'a, posiblemente, me castigar'a despu'es por la desobediencia.”
– !Travieso! – refunfu~n'o por entre los bigotes el t'io Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Eli'an ya echaba de menos a su mam'a, a las abuelas Raquel y Mariel, a C'ardenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracci'on equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila. Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, pap'a tom'o la decisi'on de pernoctar en la casa de Pedro:
– No se puede bromear con el oc'eano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximaci'on de una posible tormenta. Llegaremos a C'ardenas ma~nana.
“Qu'e d'ia magn'ifico ha sido. Espero que pap'a no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…”
…Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspir'o a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, qued'o entusiasmado de lo visto. Hoy es un d'ia hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro.
Al otro lado de la calle 'el advirti'o la figura corpulenta de do~na Marta. Juan Miguel le grit'o: “Buenos d'ias”. La mujer casi no reaccion'o al saludo del vecino, haciendo una leve inclinaci'on de cabeza, pas'o r'apidamente a la puerta de su casucha. La se~nora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendi'o nada esa rareza en su conducta. 'El tambi'en volvi'o a casa para llevarle a la cama el caf'e con bocadillos a Elizabeth. Se le olvid'o que estaban oficialmente divorciados. Es que 'el tiene a Nersy, y Eliz tambi'en, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada…